Dialoghi del terzo millennio

Medina versus Sbailò

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EL ESTADO SE HA APODERADO DE LA VERDAD

Posted by Diego Medina su settembre 27, 2007

Querido Ciro, mucho tiempo he tardado en contestarte, y no ha sido precisamente porque me faltasen las ganas. Sabes bien cuanto he estado ocupado en este periodo y, aunque mi desmedido retraso no admita justificación, debo excusarme por no haber encontrado el tiempo suficiente para responderte serenamente -como mereces y como teníamos acordado- a tu última interlocución. Voy, ahora, a coger el testigo que me pasas, e intentaré responder a la controversia que me planteas, aunque debo reconocer que la profundidad de tu reflexión no hace fácil la tarea.

Hablas de “la verdad” y al hacerlo pones de manifiesto, con magníficos y sólidos argumentos, que ésta no nos pertenece. Bien sabes tú que yo estoy plenamente de acuerdo con ello. El tema de “la verdad” y la discusión acerca de su “ser” objetivo o subjetivo, es decir, su existencia más allá de la percepción humana, es apasionante y por eso ha sido siempre, y seguirá siendo, eterno. Como tu bien sabes, ha sido un tema tratado cientos de veces, ha sido objeto de muchos y muchos diversos análisis, pero en esta interlocución quiero, de forma particular, destacar como los evangelios cristianos recogen la controversia, muy particularmente, el Evangelio de San Juan cuando destaca el encuentro entre Jesús y Pilatos y su discusión acerca de la verdad. Seguro que lo recuerdas de memoria. “Pilatos dijo entonces: ¿Luego sois rey? Jesús le respondió: Como vos decís, y por eso nací y vine al mundo, para dar este testimonio de verdad, y todos los hombres que aman la verdad oyen mi voz. Pilatos le replicó: ¿qué es la verdad? y después de decir esto, salió”. Pilatos, en este pasaje, se convierte en un defensor del subjetivismo al despreciar el sentido objetivo de la verdad que Cristo defendería con su propia vida -de hombre-. Pilatos, en este pasaje encarna perfectamente el ideal del dogmatismo legal al que tú, querido Ciro, te refieres. Pilatos simboliza el absolutismo jurídico, el juez supremo nombrado por el César que, al contar con la supremacía de la espada, acomete la absurda defensa de un relativismo axiológico que no puede más que desembocar en el máximo absolutismo jurídico de la ley y, consecuentemente, de la espada. Ya sabes, Cicerón lo expresará magistralmente con un principio jurídico que aún estudian todos nuestros alumnos de jurisprudencia: “Summum ius summa iniuria”.

Mucho más cercano a nuestros días Paolo Grossi ha sostenido que existe una “terca desconfianza que el hombre de la calle, el hombre corriente, muestra hacia el derecho, una desconfianza que nace de su convicción de que el derecho (la ley) es algo diferente a la justicia”. En su trabajo Las dos fuentes del derecho, Paolo Grossi sostiene el siguiente discurso: “¿Qué es el derecho? El derecho es ordenación, es una realidad social que se ordena a sí misma a través de un conjunto de normas, que son precisamente normas de ordenación, que se conciben como un valor para una determinada comunidad. En otras palabras, el derecho, el auténtico, no nace de las altas esferas, sino de la base; el derecho es siempre, por su naturaleza, experiencia, es decir, es la sociedad que vive por sí misma, que vive su propia historia con toda la incandescencia y el pluralismo de lo social”. Y añade: “¿A qué hemos reducido nosotros el derecho? A la voz del Estado…: el hombre moderno ha ligado indisolublemente, casi necesariamente, derecho y Estado. Según esta concepción, el Estado es el que elabora el derecho, es el obligado creador del derecho. Este es el principio de una concatenación de consecuencias nefastas, negativas. De esta forma se ha ligado el derecho al poder, el derecho se ha convertido en la voz del poder y se concibe como una voz autoritaria, como ‘ley’, como leyes que llueven sobre la comunidad y no que la comunidad crea espontáneamente al organizarse”.

Creo, mi querido amigo, que las palabras de Grossi son absolutamente claras, es decir, que este profesor no se ha ido por las ramas, ni ha tenido pábulo en describir la autentica, la indiscutible, la más desnuda realidad. El Estado se ha apoderado de la verdad y lo ha hecho de la forma más sutil posible. Ni siquiera han tenido la hombría de seguir la senda que sugiriesen Hegel, por mediación del Espíritu Absoluto, o Rousseau, mediante la mediación de la Voluntad General. No, no lo han necesitado, han sido mucho más maliciosos, ha bastado convencer a las masas de que un sistema -aparentemente democrático- legitima a quienes constituyen la “voluntad estatal” para dictar leyes mediante las cuales -después de negar la existencia objetiva de la verdad- se fije la verdad por ley.

La sociedad ha resultado pues expropiada, ha sido objeto de una sustracción, la sustracción de la verdad; el protagonista de ello ha sido un Estado post-ilustrado que, seducido por la creencia de tener el monopolio de la “razón” y con el máximo desprecio hacia el sentido común (me viene a la mente la teoría Balmesiana acerca del citado sentido, pero el considerarla aquí desvirtuaría nuestro diálogo) ha considerado conveniente moldear la verdad –“su verdad”- en forma de ley.

Me preguntas, querido amigo, si considero que la época de “dogmatismo jurídico” está tocando a su fin, si el “dogmatismo jurídico” -yo lo llamaría “absolutismo jurídico”- está muriendo. Yo te respondo que pudiera ser que sí; es más, tú sabes cuanto me gustaría que así fuese, para que la libertad y la verdadera democracia volvieran a prosperar. Obviamente ciertos indicios socio-jurídicos parece que así lo acreditan, especialmente, como tu apuntas, el protagonismo de los Tribunales internacionales sobre los Parlamentos, la debilitación de las fronteras nacionales, el tema de la seguridad internacional, los mercados mundiales, y un largo etcétera, hacen pensar que así sea. De algún modo creo que estemos volviendo al viejo orden medieval y tal vez eso sea lo mejor. El medioevo reconoció una gran sinfín de identidades políticas generando entre ellas un equilibrio de poder y un pluralismo donde el individuo y el estado -no el moderno que no existía aún- sólo eran -en el mejor de los casos- identidades inmersas entre cuerpos intermedios a nivel de paridad. Un mundo, pues, de comunidades intermedias encargadas cada una de regular su concreta realidad, sin la molesta interferencia de un Estado prepotente y ajeno a los concretos intereses -a la “concreta verdad”, en el sentido en que la verdad admite concretarse, según las circunstancias, en forma diversa- de la comunidad. El derecho, pues, en aquel periodo era la costumbre, y ésta el resultado de la aplicación del sentido común -originado en la verdad, en los valores jurídicos- de quienes verdaderamente estaban afectados, interiorizados y condicionados por los aspectos a regular.

Para concluir, mi querido amigo, te diré que si esa es la dirección a la que nos encaminamos, yo seré el primero en encabezar humildemente la comitiva, puesto que honestamente éste me parece el único camino para recuperar aquello que la postmodernidad, con su terca obsesión por la razón y el consecuente “dogmatismo racional”, decidió tirar por la borda, sin considerar el daño que ello podía causar y que ahora estamos padeciendo. Pero te pregunto: ¿crees acaso que los herederos de la Ilustración, los que todavía siguen defendiendo la existencia de valores “racionales” universales, los que se sienten legitimados para desvelarlos a la Humanidad, los que no siente vergüenza alguna en proclamarlos e imponerlos por la fuerza de la ley impuesta por el “Estado totalitario” de nuestro tiempo, estarán dispuestos a aceptarlo?. Y si no es así ¿qué podremos entonces esperar?. Aquí me detengo, esperando que este relevo tardío -que ha puesto en riesgo el calor de nuestra conversación- pueda, sin embargo, servir a elevar de nuevo en algunos grados nuestro diálogo.

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