Dialoghi del terzo millennio

Medina versus Sbailò

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EL ESTADO SE HA APODERADO DE LA VERDAD

Posted by Diego Medina su settembre 27, 2007

Querido Ciro, mucho tiempo he tardado en contestarte, y no ha sido precisamente porque me faltasen las ganas. Sabes bien cuanto he estado ocupado en este periodo y, aunque mi desmedido retraso no admita justificación, debo excusarme por no haber encontrado el tiempo suficiente para responderte serenamente -como mereces y como teníamos acordado- a tu última interlocución. Voy, ahora, a coger el testigo que me pasas, e intentaré responder a la controversia que me planteas, aunque debo reconocer que la profundidad de tu reflexión no hace fácil la tarea.

Hablas de “la verdad” y al hacerlo pones de manifiesto, con magníficos y sólidos argumentos, que ésta no nos pertenece. Bien sabes tú que yo estoy plenamente de acuerdo con ello. El tema de “la verdad” y la discusión acerca de su “ser” objetivo o subjetivo, es decir, su existencia más allá de la percepción humana, es apasionante y por eso ha sido siempre, y seguirá siendo, eterno. Como tu bien sabes, ha sido un tema tratado cientos de veces, ha sido objeto de muchos y muchos diversos análisis, pero en esta interlocución quiero, de forma particular, destacar como los evangelios cristianos recogen la controversia, muy particularmente, el Evangelio de San Juan cuando destaca el encuentro entre Jesús y Pilatos y su discusión acerca de la verdad. Seguro que lo recuerdas de memoria. “Pilatos dijo entonces: ¿Luego sois rey? Jesús le respondió: Como vos decís, y por eso nací y vine al mundo, para dar este testimonio de verdad, y todos los hombres que aman la verdad oyen mi voz. Pilatos le replicó: ¿qué es la verdad? y después de decir esto, salió”. Pilatos, en este pasaje, se convierte en un defensor del subjetivismo al despreciar el sentido objetivo de la verdad que Cristo defendería con su propia vida -de hombre-. Pilatos, en este pasaje encarna perfectamente el ideal del dogmatismo legal al que tú, querido Ciro, te refieres. Pilatos simboliza el absolutismo jurídico, el juez supremo nombrado por el César que, al contar con la supremacía de la espada, acomete la absurda defensa de un relativismo axiológico que no puede más que desembocar en el máximo absolutismo jurídico de la ley y, consecuentemente, de la espada. Ya sabes, Cicerón lo expresará magistralmente con un principio jurídico que aún estudian todos nuestros alumnos de jurisprudencia: “Summum ius summa iniuria”.

Mucho más cercano a nuestros días Paolo Grossi ha sostenido que existe una “terca desconfianza que el hombre de la calle, el hombre corriente, muestra hacia el derecho, una desconfianza que nace de su convicción de que el derecho (la ley) es algo diferente a la justicia”. En su trabajo Las dos fuentes del derecho, Paolo Grossi sostiene el siguiente discurso: “¿Qué es el derecho? El derecho es ordenación, es una realidad social que se ordena a sí misma a través de un conjunto de normas, que son precisamente normas de ordenación, que se conciben como un valor para una determinada comunidad. En otras palabras, el derecho, el auténtico, no nace de las altas esferas, sino de la base; el derecho es siempre, por su naturaleza, experiencia, es decir, es la sociedad que vive por sí misma, que vive su propia historia con toda la incandescencia y el pluralismo de lo social”. Y añade: “¿A qué hemos reducido nosotros el derecho? A la voz del Estado…: el hombre moderno ha ligado indisolublemente, casi necesariamente, derecho y Estado. Según esta concepción, el Estado es el que elabora el derecho, es el obligado creador del derecho. Este es el principio de una concatenación de consecuencias nefastas, negativas. De esta forma se ha ligado el derecho al poder, el derecho se ha convertido en la voz del poder y se concibe como una voz autoritaria, como ‘ley’, como leyes que llueven sobre la comunidad y no que la comunidad crea espontáneamente al organizarse”.

Creo, mi querido amigo, que las palabras de Grossi son absolutamente claras, es decir, que este profesor no se ha ido por las ramas, ni ha tenido pábulo en describir la autentica, la indiscutible, la más desnuda realidad. El Estado se ha apoderado de la verdad y lo ha hecho de la forma más sutil posible. Ni siquiera han tenido la hombría de seguir la senda que sugiriesen Hegel, por mediación del Espíritu Absoluto, o Rousseau, mediante la mediación de la Voluntad General. No, no lo han necesitado, han sido mucho más maliciosos, ha bastado convencer a las masas de que un sistema -aparentemente democrático- legitima a quienes constituyen la “voluntad estatal” para dictar leyes mediante las cuales -después de negar la existencia objetiva de la verdad- se fije la verdad por ley.

La sociedad ha resultado pues expropiada, ha sido objeto de una sustracción, la sustracción de la verdad; el protagonista de ello ha sido un Estado post-ilustrado que, seducido por la creencia de tener el monopolio de la “razón” y con el máximo desprecio hacia el sentido común (me viene a la mente la teoría Balmesiana acerca del citado sentido, pero el considerarla aquí desvirtuaría nuestro diálogo) ha considerado conveniente moldear la verdad –“su verdad”- en forma de ley.

Me preguntas, querido amigo, si considero que la época de “dogmatismo jurídico” está tocando a su fin, si el “dogmatismo jurídico” -yo lo llamaría “absolutismo jurídico”- está muriendo. Yo te respondo que pudiera ser que sí; es más, tú sabes cuanto me gustaría que así fuese, para que la libertad y la verdadera democracia volvieran a prosperar. Obviamente ciertos indicios socio-jurídicos parece que así lo acreditan, especialmente, como tu apuntas, el protagonismo de los Tribunales internacionales sobre los Parlamentos, la debilitación de las fronteras nacionales, el tema de la seguridad internacional, los mercados mundiales, y un largo etcétera, hacen pensar que así sea. De algún modo creo que estemos volviendo al viejo orden medieval y tal vez eso sea lo mejor. El medioevo reconoció una gran sinfín de identidades políticas generando entre ellas un equilibrio de poder y un pluralismo donde el individuo y el estado -no el moderno que no existía aún- sólo eran -en el mejor de los casos- identidades inmersas entre cuerpos intermedios a nivel de paridad. Un mundo, pues, de comunidades intermedias encargadas cada una de regular su concreta realidad, sin la molesta interferencia de un Estado prepotente y ajeno a los concretos intereses -a la “concreta verdad”, en el sentido en que la verdad admite concretarse, según las circunstancias, en forma diversa- de la comunidad. El derecho, pues, en aquel periodo era la costumbre, y ésta el resultado de la aplicación del sentido común -originado en la verdad, en los valores jurídicos- de quienes verdaderamente estaban afectados, interiorizados y condicionados por los aspectos a regular.

Para concluir, mi querido amigo, te diré que si esa es la dirección a la que nos encaminamos, yo seré el primero en encabezar humildemente la comitiva, puesto que honestamente éste me parece el único camino para recuperar aquello que la postmodernidad, con su terca obsesión por la razón y el consecuente “dogmatismo racional”, decidió tirar por la borda, sin considerar el daño que ello podía causar y que ahora estamos padeciendo. Pero te pregunto: ¿crees acaso que los herederos de la Ilustración, los que todavía siguen defendiendo la existencia de valores “racionales” universales, los que se sienten legitimados para desvelarlos a la Humanidad, los que no siente vergüenza alguna en proclamarlos e imponerlos por la fuerza de la ley impuesta por el “Estado totalitario” de nuestro tiempo, estarán dispuestos a aceptarlo?. Y si no es así ¿qué podremos entonces esperar?. Aquí me detengo, esperando que este relevo tardío -que ha puesto en riesgo el calor de nuestra conversación- pueda, sin embargo, servir a elevar de nuevo en algunos grados nuestro diálogo.

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LA VERITÀ NON DIPENDE DA NOI

Posted by Ciro Sbailò su luglio 21, 2007

Caro Diego, sono molte le questioni che sollevi. Ma, come sempre accade nelle discussioni autentiche, uno solo è il punto decisivo. A me pare che esso possa essere descritto così: il tramonto della moderna superstizione del nesso costitutivo tra il soggetto, il mondo e la volontà.

Credo che il primo a intuire con forza questo tramonto sia stato non Nietzsche, ma il buon Schopenhauer. Dico il “buon” perché a mio avviso c’è in lui una carica di umanità e di pietà decisamente post-moderna e tutta da scoprire (così come in Leopardi, del resto). Al contrario di Nietzsche, che mi è sempre parso un figlio degenere e ingrato di Cartesio, che ha combattuto fino alla fine, fino alla follia, contro il destino della modernità, contro l’umana riconquista del limite costitutivo dell’umano. È un grande. Su questo non ci sono dubbi. Ma appartiene -di quest’impressione non sono mai riuscito a liberarmi- a una brutta razza di filosofi. Appartiene alla razza dei Gorgia e degli Spinoza, di quelli che decidono di non tollerare l’angoscia che accompagna il cammino umano.

Me cercherò di mettere ora un po’ d’ordine in questi pensieri, senza tuttavia distaccarmi troppo dalla regola che ci siamo dati: discutere liberamente, come si fa a cena o prendendo una cerveza a metà mattinata.

Comincio con Schopenhauer. Ha il grande merito di avere portato alla luce l’aporia interna alla moderna metafisica della volontà. Egli si volge alle filosofie orientali perché ha capito subito che la malattia della modernità e profonda e radicale. Ha bisogno di guadagnare un altro punto di vista, che gli consenta di descrivere il problema senza essere coinvolto. Egli dice quel che Kant ha sempre cercato di non dire (ha lavorato un’intera vita per non dirlo, ma era troppo onesto per mentire a se stesso e a un certo punto ha parlato: vedi le pagine inquietanti dell’Analitica trascendentale sulla vertigine della necessità e l’abisso della ragione). Egli smaschera Cartesio. Il nesso moderno tra soggetto, volontà e realtà non può che portare alla riduzione dell’intero mondo a rappresentazione. Il velo di Maya viene squarciato dalla consapevolezza che questa stessa riduzione è figlia della volontà. Una consapevolezza immediata, corporea. Ma il prezzo da pagare per questa scoperta è alto: la rinuncia alla volontà o l’ascesi.

Il buon, vecchio Schopenhauer aveva il vizio dell’onestà intellettuale. Era un uomo coraggioso. E credo che noi si debba avere oggi il suo medesimo coraggio. Anche se il coraggio ci porta – è questa la mia convinzione, vorrei sapere che cosa ne pensi – nella direzione opposta.

Dobbiamo prendere atto che la modernità ha dato tutto quello che poteva dare. Il soggetto è finito. La volontà è finita. La rappresentazione è finita. Ma non nel modo in cui voleva Nietzsche, che decostruisce il soggetto con gli strumenti del soggettivismo e scava una fossa senza fondo alla propria coscienza.

No. Bisogna avere il coraggio di accettare quella fine come un “dato di fatto”, un “evento” (un “dono”? forse…), un ac-cadimento, non il frutto di una decisione. È una krisis nel senso letterale, una caduta immediata e irreversibile, unica, inaspettata e catastrofica (katastrophé).  

Bisogna tornare al problema dei problemi. Bisogna tornare a occuparsi della “verità”, ma non nel senso in cui siamo abituati.

La verità è una “follia”, diceva Leonardo Sciascia, una “circolarità assoluta”. Ma, aggiungeva, per fortuna ci sono i “fatti”.

Di qui bisogna partire, a mio avviso. Bisogna partire dalla verità e dal suo rapporto con i fatti.

La malattia dei moderni è quella di considerare la verità come una proprietà del soggetto, dell’uomo, della coscienza. Qualcuno dice che è una malattia antica, addirittura originaria, dell’Occidente. Heidegger, ad esempio. Nei suoi scritti sui Greci, negli ultimi anni, sostiene che l’interpretazione della verità come “correttezza del rappresentare” è già in Platone.

Non voglio, qui, entrare nel merito. Si snaturerebbe questa nostra conversazione. Diventerebbe una disputa dotta tra dotti, ovvero esattamente l’opposto di ciò che vuole essere. Una cosa, però, devo dirla. Heidegger penetra Platone più di chiunque altro. Forse la parte migliore del suo pensiero è proprio qui e mi aspetto che tra qualche anno i testi suoi più letti e discussi siano, per l’appunto, quelli normalmente raccolti col titolo di “Wegmarken”. Ma il nostro folletto di Messkirch è troppo consapevole della propria bravura. È troppo vanesio. E non resiste alla tentazione, una volta che ha assorbito e metabolizzato Platone, di usarlo come meglio gli pare. Egli, così, ne fa l’origine della decadenza dell’Occidente (si pone sul sentiero di Nietzsche, in questo modo, pur dopo averlo criticato). Mentre invece è possibile vedere Platone (e per certi versi anche Parmenide) in un altro modo, proprio stando all’analisi di Heidegger: l’espressione dell’originaria consapevolezza che l’uomo occidentale ha dell’abisso su cui cammina. Insomma, Platone (con Parmenide, ma poi ne parliamo, se vogliamo…) è il farmaco, non la malattia.

Ma torniamo al punto. Dobbiamo nuovamente interrogarci sul senso originario della verità. Verità è originariamente a-letheia, ovvero “sveltezza”. È il manifestarsi, il venire alla luce, il venirci “incontro” di qualche cosa. La verità non dipende da noi. Noi dipendiamo dalla verità. Dire che qualche cosa “è vero” significa, in questo senso, dire che si sta svelando, che sta venendo fuori. Ma ogni venir fuori comporta il restare in ombra di tutto il resto. L’ente con cui abbiamo a che fare viene fuori, lasciando nell’ombra tutto il resto. Ma in questo modo, lo svelamento ri-vela la totalità della realtà.  La physis, infatti, “ama nascondersi” (Eraclito). Ma quel nascondimento è il fondamento, non il limite della conoscenza. Esso racchiude il segreto della nostra esistenza determinata, corporea, del nostro essere nel mondo come persone, che vedono “per adombramenti” (Husserl?). Interpretare lo svelarsi come un prodotto del soggetto e quell’“ombra” come un vuoto: ecco la malattia moderna. Malattia infantile, come la varicella, che ci ha fatto crescere, ci ha reso grandi e forti. Dico “noi”, gli Europei. Ma quel virus, ora, può ucciderci.

Il soggetto cartesiano-nietzscheano è morto. E se non ne prendiamo atto, la sua decomposizione ammorberà sempre più l’aria che respiriamo.

Mi fermo qui e salto immediatamente alle conclusioni.

Il dogmatismo giuspositivistico muore insieme al soggetto e alla ragione moderna. Il paradigma della “legalità” sta andando a farsi benedire. Ovviamente, tutto è cominciato nel diritto internazionale, che è empiria pura. Poi è venuto il resto. Le Corti, ormai, decidono al posto dei parlamenti, senza confini statali e nazionali. Persino i principi del giudice naturale e della irretroattività della norma stanno andando in crisi. Tutto questo non mi spaventa, salvo che il testardo uomo europeo continua a pensare che tutto dipenda dalla sulla volontà, dal soggetto. E così, a Bruxelles si producono tonnellate di carta per mettere ordine nel mondo. Mentre invece basterebbe accettare l’idea che non c’è più un “centro” (l’equivalente giuridico e geopolitico del soggetto), non ci sono più percorsi decisionali descrivibili in modo matematico. Bisognerebbe umilmente accettare l’idea che la politica non deve progettare, ma sanare, regolamentare, indirizzare, dirimere conflitti.

Insomma, la provocazione che ti lancio è questa: siamo al declino della civiltà della “critica” e del “progetto”? stanno ridiventando attuali i paradigmi del “commento” e del “servizio”? Per fare qualche esempio concreto: stanno ritornando attuali i poteri e i corpi “intermedi”? c’è un rapporto tra tutto ciò e la fine del “soggetto” moderno (di Cartesio-Nietzsche)?

Amico mio, ho parlato col cuore in mano, come vedi. Mi sono attenuto alla massima di un grande russo: “Non limare, non smussare, ma vai avanti, goffo e sereno”. Aspetto di sapere che cosa ne pensi. Un abbraccio.

Ciro.

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LA ERA DE LA AMBIGÜEDAD

Posted by Diego Medina su giugno 17, 2007

Me refieres, mi querido contertulio, la tendencia que tenemos en nuestro tiempo a transformar las determinaciones de lo humano (sexo, familia, etc.) en puras opciones individuales. Yo, ante este profundo dilema, no puedo más que recordar aquel texto que Nietzsche insertó en “La gaya ciencia”, me refiero, como has de presumir, al texto del “loco”, donde Federico nos advierte que hemos matado a Dios. Sí, “¡Dios ha muerto!”, y tras su muerte nos encontramos en la era de la ambigüedad. Una era en la que, como tu muy bien pones de manifiesto, bajo un eufemismo de tolerancia se esconde un radical moralismo intolerante. Una época donde, desde un radical reducionismo, no se tolera ya la concisión y la certeza de “los valores”, de unos valores que, al modo en que Scheler los definiera, son eternos, inmortales e independientes de los bienes que, circunstancialmente, pueden ser motivo de su representación. Ahora, en esta nuestra era, los valores han resultado sustituidos por los bienes -substancia material- y por eso, precisamente por eso, toda nuestra vida se ha convertido en fruto de la elección. Por ejemplo, la familia o el género sexual, entre otros muchos bienes de nuestro mundo, no responden ya a ideales o valores, por el contrario, siendo sólo formas de representación del valor, sin embargo, responden a la elección concreta y arbitraria de quienes los usufructúan y, mediante subterfugios jurídicos, los elevan, no a representación, sino a la categoría de valor; es decir, de valores confeccionados.

¿Recuerdas el parágrafo 125 de La gaya ciencia?. Se que es demasiado largo para reproducirlo aquí, pero no puedo evitar la tentación de recuperar algunas líneas del mismo aquí. “¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!»… Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos…¿Hacia dónde iremos nosotros?… «Vengo demasiado pronto —dijo entonces—, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son ellos los que lo han cometido».

Cierto me parece que el loco y su mensaje llegaba demasiado pronto para que los mercaderes, a los que Nietzsche se refiere, comprendieran el sentido de su locura (buscar a Dios en un mercado a la luz del día y con un farol encendido), pero, te juro Ciro, no juzgo menos cierto que en esta nuestra era de la ambigüedad la forma de actuar del loco se me antoja toda una lección de cordura. Cordura porque, sin lugar a dudas, es Dios quien justifica el vínculo directo del hombre con la naturaleza, porque, como tu muy bien apuntas, es Él quién autoriza y consiente los componentes no racionales de la naturaleza -la agresividad, la pasión, el afecto, los lazos de sangre (en suma, todo eso que es “naturaleza”)- esos mismos que, ciertamente, después de la ilustración, vienen tendencialmente considerados como sustancialmente extraños a la naturaleza humana. Por eso ahora el discurso del loco cobra todo su sentido; ahora sus palabras se llenan de significado y describen perfectamente este mundo, en el que nos ha tocado vivir, abocado a la consumación del desarraigo, un mundo donde ya nada “es lo que es”, sino lo que “puede ser” o -lo que es peor aún- lo que “puede ser deseado”; un mundo donde todos nos hemos resignado a admitir que la ausencia de un horizonte es el estado normal de la existencia.

 

 

La muerte de Dios, el fin de la naturaleza y de los ideales -de la agresividad, de la pasión, del afecto, de los lazos de sangre, de los valores…- arroja al hombre a un mundo sin referencias, lo introducen a un paisaje incontextualizado, a un mundo donde, a falta de referentes auténticos, nos vemos obligados a recurrir a la técnica de la representación; un mundo donde, para poder orientarnos y salir del nihilismo en el que hemos caído -como consecuencia de nuestra temeraria confianza en la razón-, nos dedicamos a construir la caricatura de lo natural. Y ésta, querido amigo, es la causa de que en nuestra era de la ambigüedad nos veamos obligados, paradójicamente, a construir, artificialmente, aquello que antes fue natural, aquello que nosotros mismos hemos destruido.

 

 

Algún tiempo más tarde Martín Heidegger, con unas muy acertadas palabras, lo confirmaría en el ensayo que tituló “La frase de Nietzsche “Dios ha muerto””: “Dios es el nombre para el ámbito de las ideas y los ideales. Este ámbito de lo suprasensible pasa por ser, desde Platón o mejor dicho, desde la interpretación de la filosofía platónica llevada a cabo por el helenismo y el cristianismo, el único mundo verdadero y efectivamente real. Por el contrario, el mundo sensible es sólo el mundo del más acá un mundo cambiante por lo tanto meramente aparente, irreal. El mundo del más acá es el valle de lágrimas en oposición a la montaña de la eterna beatitud de más allá. Si, como ocurre todavía en Kant, llamamos al mundo sensible “‘mundo físico” en sentido amplio, entonces el mundo suprasensible es el mundo metafísico. La frase «Dios ha muerto» significa que el mundo suprasensible ha perdido su fuerza efectiva. No procura vida. La metafísica, esto es, para Nietzsche, la filosofía occidental comprendida como platonismo, ha llegado al final. Nietzsche comprende su propia filosofía como una reacción contra la metafísica, lo que para él quiere decir, contra el platonismo”.

Necesitamos, pues, volver a los ideales, a los valores, a la naturaleza y, en consecuencia, a la resurrección de Dios para poder hacer ver a las jóvenes generaciones la trampa que constituye esta era de la ambigüedad, para hacerles comprender que, por cómodo que parezca el hecho de que todo pueda ser objeto de libre elección, esa postura sólo nos conduce a la desorientación y al error y, como consecuencia, al vacío y a la infelicidad.

 

 

Podremos afirmar que la decisión de vivir o morir es algo que nos pertenece, podemos determinar formalmente nuestro sexo, podremos dar el nombre de matrimonio a cualquier tipo de unión entre personas, podremos pensar que el dinero y lo que con el se obtiene es lo que confiere el valor a las cosas, y tantas cosas más, pero me pregunto ¿esta forma de ambigüedad contribuye a hacernos más felices? Y, sobre todo, ¿no te parece cierto que al sustituir los ideales y los valores por sus representaciones -en forma de bienes materiales- estamos contribuyendo a generar un mundo confuso que favorezca la aparición del absolutismo jurídico?. Es más ¿en cierto modo, nuestro tiempo no es ya un tiempo en el que el citado absolutismo es una realidad?

 

 

No se, mi querido amigo, si he logrado dar respuesta a tu pregunta, pero cierto es verdad que tengo la convicción de que con lo dicho no he hecho más que darle la vuelta “al calcetín”, supuesto que la cuestión fundamental sigue en pie: ¿cómo podemos, en un mundo que ha asesinado a Dios, recuperar todo lo que este significaba?.

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Ci siamo incantati col disincanto

Posted by Ciro Sbailò su Maggio 31, 2007

 

 

“Ci siamo troppo incantati col disincanto”. Credo che la frase sia di Massimo Cacciari. Io la sentii durante un corso di perfezionamento post-universitario a Napoli, a metà degli anni Ottanta. O forse la disse a me in uno dei nostri colloqui, a Venezia, nella calle san Tomà. Fatto sta che quella frase resta una chiave d’accesso formidabile al nichilismo dei nostri giorni.

Qualche anno dopo è uscita “La fine della storia” di Fukuyama. E dopo un po’ ci accorgemmo che non solo la storia non era finita, ma che si tornava a combattere, uccidere e morire per un’idea, un pregiudizio, una fede. La storia non finì quando le truppe napoleoniche passarono sotto la finestra di Hegel a Jena (“ho visto lo spirito del mondo a cavallo”). Non è finita quando è crollato il muro di Berlino. C’eravamo davvero incantati col disincanto. C’eravamo illusi che le guerre fossero riconducibili a questioni di carattere economico. Avevamo veramente creduto che la diffusione del libero mercato e della democrazia avrebbe portato la pace.

È paradossale come i figli di quell’illusione illuministica militino oggi tra le fila dei pacifisti a senso unico. Parlo di quanti dicono che al-Qaeda sarà sconfitto quando la questione palestinese sarà risolta e la povertà nel Sud del mondo sarà eliminata.  Costoro sono i veri riduzionisti di oggi.

A ben vedere, è questo il “pensiero unico” di oggi: il riduzionismo.

Cercherò di spiegarmi. Costoro partono dal presupposto che l’uomo sia una creatura fondamentalmente razionale e volta al bene. Non si tratta,  come potrebbe sembrare, di una convinzione innocente. È una scelta ideologica, che contiene in sé un’inaudita carica di violenza. Affermare che l’uomo è una creatura razionale e volta al bene significa riportare il mondo intero alla rappresentazione, intesa come attività intellettiva. Infatti, le componenti non-razionali – l’aggressività, la passione, l’affetto, i legami di sangue (insomma, tutto ciò che è “natura”) – vengono tendenzialmente considerate come sostanzialmente estranee alla natura umana, come fenomeni esterni, spiegabili con il ricorso alle scienze naturali e, dopo l’Illuminismo, anche alle scienze sociali.

Questo atteggiamento mi ha sempre ricordato quello di molte eresie cristiane. Queste, infatti, sono spesso accomunate dal rifiuto del paradosso del Dio che si fa uomo, ragion per cui, si tende, in certi casi, a fare di Gesù un dio travestito da uomo e, in altri, un uomo ispirato da Dio.

In effetti, secondo la dottrina cristiana, Gesù è vero Dio e vero uomo e, proprio per questo, salva l’uomo nella sua interezza, nella sua carnalità, fatta anche di passioni e pulsioni.

Chi si scandalizza dell’uomo-Dio si scandalizza anche dell’uomo-uomo, dell’uomo impastato di carne e di terra, che cammina “sulla solida terra” e si “orienta” cercando di occupare lo spazio, anche a spese altrui, fin quando non incontra chi istituisce uno ius, con l’autorità che gli viene dalla forza spirituale, dalla tradizione, dal carisma.

Il razionalista è un moralista intollerante. Se le “passioni” sono riconducibili a ciò che di non-umano c’è nell’uomo, questo autorizza anche a “liberare” – con la forza, se necessario – l’uomo da ciò che non è umano. In questo, il comunismo ha in sé una carica di violenza estrema, perché punta a “umanizzare” l’uomo liberandolo dal naturale istinto al possesso e all’intimità. Non parlo della “rinuncia” francescana (a me, sai, quanto cara) che parte dall’acquisto di un Bene più grande, al cui confronto gli altri impallidiscono. Parlo di Pol-Pot e di Stalin (ma anche del grande Marx). Parlo anche del Big Brother di Orwell in 1984.

Ma c’è un’ideologia più forte, distruttiva e radicale del comunismo. È l’ideologia riduzionistica, oggi imperante. E torniamo qui al punto. Secondo quest’ideologia, l’umano deve continuamente rendersi libero rispetto alle sue determinazioni sociali e naturali: identità sessuale, legami familiari, origini, lingua, aspetto fisico….   Tutto diventa scelta o, meglio, opzione.

Sì, contro questa cultura dobbiamo alimentare ciò che nella natura c’è dato. Condivido ciò che dici (se interpreto bene): il nichilismo equivale all’oblio della terra.

Sicché, per tornare all’altra questione che mi poni, ritengo che il tentativo di spiegare i conflitti in termini puramente sociali ed economici equivalga a negare all’uomo la sua natura terrestre.

Ritorno al punto di partenza. Ci siamo incantati col disincanto. Troppe volte l’intellettuale europeo ha creduto che la soluzione dei grandi problemi naturali e sociali avrebbe liberato l’uomo dalle ideologie perniciose e, dunque, dai conflitti. Troppe volte la natura terrestre dell’uomo è stata dimenticata.

Ora io ti chiedo: non trovi che sia degna di nota la frequente coincidenza, in ambito politico, tra il pacifismo (vero o presunto) e la tendenza a trasformare le determinazioni dell’umano (sesso, famiglia, ecc.) in pure opzioni indivduali? E ancora: il paradigma riduzionistico, oggi vincente, come può essere spiegato ai giovani, che a volte lo vivono senza rendersene conto, senza riuscire a isolarlo, quasi fosse qualche cosa di ovvio e naturale?

Mi fermo qui, amico mio. La ragione è molto semplice. Ho l’impressione di avere messo troppa carne a cuocere (e nessuno di noi due è vegetariano).

 

  

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Ridículo reduccionismo

Posted by Diego Medina su Maggio 15, 2007

Caro Ciro, temes que pueda parecer que no has dado respuesta a mi pregunta, y ciertamente podría entenderse que con el nuevo reto que planteas la has evitado, sin embargo no es así; como tienes por costumbre, la has afrontado y además lo has hecho como tu muy bien sabes hacer, delimitando el espacio al que deberá circunscribirse nuestro dialogo en el próximo futuro. Debo confesarte que no esperaba menos de ti, y debo confesar que, otra vez, has dejado muy alto el listón.

Es cierto, querido amigo; llevas razón en lo que dices, antes de dirigir nuestra atención hacia los valores -a esos valores a los que jamás llegaremos de seguir el método científico que la modernidad, obstinada en el poder de la razón y heredera de aquel “freddoloso francese”, nos ha legado- deberíamos considerar la forma en que deberíamos entender propiamente la vida. Ahora, al respecto, me viene a la mente uno de los grandes genios de la filosofía del pasado siglo. Me refiero a Edmund  Husserl. -¿sabes que nació justo 100 años antes que tu y que yo?, un 8 de abril de 1859 (entre tu 29 de febrero y mi 10 de mayo); esa coincidencia, aunque meramente casual, siempre me ha generado una extraña y complaciente sensación-. “Zu den Sachen selbst”; “A las cosas mismas”, decía el de Prossnitz. ¿Ves?, tú sugieres ahora algo parecido, deberíamos ir a la vida misma: a la naturaleza de la vida. ¡Cuanto juicio demuestras en tus palabras!

Pues bien, debo admitir que llevas razón, pero, por otra parte, no es nada fácil lo que sugieres. Plantearse la naturaleza de la vida es, como tu bien sabes, algo no exento de complejidad -y sabes que cuando digo complejidad no quiero decir que la vida sea algo complicado como algunos ingenuos reduccionistas consideran-. Como sabes la complejidad no es fuente de incertidumbre sino aquello que la dejar ver. La comprensión de la complejidad de la vida y la aceptación de tal circunstancia nos permite advertir la ridiculez intelectual de quienes, empequeñeciendo la vida y la naturaleza, la reducen a puro materialismo determinista. La complejidad es una cualidad inherente a la vida y la advertimos cuando nos planteamos el sentido mismo de aquella, permitiéndonos reconocer, como tú has sabiamente expuesto, que el único sentido de la vida proviene de aquello que se va construyendo conforme vamos haciendo la historia.

De este modo, una vez que asumimos que la naturaleza humana es -como parece no pueda ser discutido- creativa, resulta imposible aceptar ya que la vida sea algo puramente determinado. El reduccionismo determinista se convierte así en ridículo. Mi angustia, querido Ciro, parece ir desvaneciéndose conforme desaparece de nuestro diálogo esa cruda y desnuda visión que revela el materialismo determinista. Sí estoy más tranquilo, y si como tu dices “l’uomo progetta e vive oltre la vita: egli fa la storia”, entonces ya no cabe duda, no es posible ningún determinismo, no es posible profetizar el futuro socio-histórico; y no es posible, porque la continua actividad creativa y la libre determinación del hombre sobre la historia hace imposible la predicción de ésta. Evidentemente, la historia es pues temporalidad y es vida.

La vida, así considerada, no resulta ya un mero engranaje biológico predeterminado por una genética que pre-impone a los individuos roles asignados funcionalmente. Como tú, apreciado napolitano, apuntas -recurriendo a tu coterráneo y siempre admirado Vico- la complejidad de la vida nos impide conocerla, si bien no nos impedirá interpretarla. Pero para ello deberemos esperar a que trascurra, a que sea “vida vivida”. Quiero decir, que la vida puede sólo ser interpretada una vez que ya es historia. La vida es pues temporalidad. Y, dicho esto, no puedo por menos que acordarme del polémico discípulo de nuestro citado filósofo alemán. Como supondrás me refiero a Martín Heidegger. Ya sabes cuanto admiro aquella obra suya: “Ser y tiempo”; la vida es “ser y tiempo”, es creación. ¿Recuerdas? “Das werden ist das unwerden”. ¡Cuanta sabiduría en tan corta frase! Si, amigo mío, nos vamos des-haciendo, y tal vez hundiendo en un nihilismo aterrador del que deberemos hablar aquí ya en muy poco tiempo.

He querido hablarte hoy de la complejidad de la vida y de la ridiculez intelectual con que algunos la afrontan. Podemos hablar de nihilismo o de, como tu la llamas, la visión tendencialmente instrumental de la vida que se está afirmando, poco a poco, en nuestros ordenamientos jurídicos. Pero, querido Ciro, ¿no es verdad que todo esto se corresponde con la imposición de una inconsciente tendencia hacia el reduccionismo científico-racionalista (fruto del contaminador germen sembrado por aquel freddoloso francese) que, desde hace tiempo, tiende a reducirlo todo a esquemas deterministas? Y ¿no es menos cierto, Ciro, que -debido a la insuficiencia espiritual de tales esquemas- no sirven y son incapaces, para representar la realidad? Para explicar lo que quiero decir te pongo un ejemplo: ¿podemos reducir la explicación de los conflictos armados a una cuestión sólo económica? Yo creo que no, yo creo que la explicación de las guerras -y tu de esto sabes mucho, y precisamente por eso te pongo este ejemplo- no puede reducirse sólo a factores económicos. En el inicio y desarrollo de las guerras intervienen también otros muchos factores políticos, culturales, religiosos, etc. que no podemos ignorar. 

Caro Ciro mi fermo qui. Adesso sono io a non sapere se ho risposto alla tua domanda. Pero me pregunto y te pregunto a ti -ahora con mayor tranquilidad, puesto que los fantasmas del determinismo parecen lejanos-: si la vida es complejidad y si la complejidad es creación, es historia o es cultura, ¿no te parecería necesario cultivar la vida?, ¿no te parece necesario que alimentemos “ciò che nella naturà c’è dato?.

Habrá, pues, que alimentar la vida para que no muera por inanición.

Por último, ¿No crees que, de algún modo, ese nihilismo, al que haces referencia, sea el producto de habernos olvidado esa obligación? Seguro que algo tendrás que decir acerca de esto.

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Tutta colpa di quel francese freddoloso…

Posted by Ciro Sbailò su Maggio 10, 2007

Caro Diego, un tema mica da niente quello che proponi! Amico mio, sono piuttosto imbarazzato. Mi sfidi su un terreno che mi è caro, come sai. Talmente caro, che preferisco camminarvi sopra in silenzio, senza parlarne, soprattutto senza scriverne. Ma tu mi sfidi. E come dire di no? Sarebbe come rifiutare una “Copa de vino tinto” solo perché si è a stomaco vuoto. Non sia mai. Eccomi, dunque, a cercare di risponderti.
Il problema è superare una visione biologica e genetica della vita, per trovare un principio alternativo, di carattere etico.
Se capisco bene, il problema è la visione strumentale della vita. Vorrei cercare di circoscrivere il tema, cercando di capire da dove nasce la questione. Essa mi pare originare dalla visione strumentale dell’uomo. Noi ci interroghiamo intorno alla vita, perché di questa l’uomo è considerata l’espressione più alta. L’uomo sa e ricorda di vivere. L’uomo progetta e vive oltre la vita: egli fa la storia. L’uomo è memoria. Il che vuol dire che l’uomo è progetto. Il vincolo tra memoria e progetto può essere pensato solo postulando la libertà.
Il problema della vita a ben vedere si identifica con quello della libertà.
Mi viene da pensare a Cartesio. Con la modernità, l’uomo impara a dominare il mondo con gli strumenti della logica e della matematica. Ma per fare questo, deve rinunciare alla libertà. In questo modo, deve rinunciare anche alla vita.
Ecco quello che voglio dire: la riduzione della vita a mezzo è figlia dell’interpretazione della vita come oggetto di conoscenza.
Qui devo tornare a un mio conterraneo, che tu sai quanto amo: Giambattista Vico (a due passi dalla sua vecchia casa fanno la pizza più buona del mondo). Fu lui a individuare per primo la questione. La filosofia di Cartesio – egli diceva – commette un errore fatale: non costruisce una teoria fisica volta a interpretare i fenomeni, ma pretende di portare alla luce la “natura” (la “physis”, che, dicevano i Greci, “ama nascondersi”).
Ecco, caro amico, la questione che tu poni è radicale. E la risposta non può essere da meno. Occorre andare alla radice del problema.
Insomma, dicevo, Vico toglie la “maschera” a Cartesio. Questi vorrebbe dirci che cosa la natura “è” realmente. Che folle presunzione. Eppure: che grande verità intuì quel francese dalla salute malferma, che odiava i caminetti della sua patria e amava le grandi stufe del profondo nord. In lui viveva l’ansia tutta moderna di distruggere tutte le incertezze della vita e del pensiero che ostacolano il pieno dispiegarsi della volontà di potenza. Il sogno di Cartesio (e della modernità) si realizza pienamente solo con la morte. Se si può dire che cosa la natura realmente “è”, allora la si può anche dominare. Dire che cosa “è” significa isolarla, farne un oggetto (i presocratici! Loro sì, avevano intuito dove s’andava a parare: “Il non essere non puoi né dirlo, né pensarlo”,diceva un altro mio vicino di casa). Fare della natura un oggetto significa circo-scriverla, vale a dire inserirla nel nulla e, dunque, afferrarla con le due mani, dominarla.
Il dominio della natura e il dominio della vita sono la stessa cosa.
Noi sappiamo come rispondeva Vico. Si conosce – egli diceva – quel che si fa. L’uomo non può conoscere la natura perché questa gli è “data”. Può solo interpretarla. La coscienza di qualcosa non si identifica con la conoscenza di qualche cosa. E così il criterio dell’evidenza va a farsi benedire. Non basta che qualche cosa sia immediatamente evidente alla coscienza perché il possa dire di conoscerla. La conoscenza è conoscenza diretta delle cause. Si conosce ciò che si fa. L’uomo conosce le proprie astrazioni, per cominciare. Ma, soprattutto egli fa la storia ed è la storia il vero oggetto della conoscenza umana.
L’uomo non conosce la natura, gli è data. Non conosce la vita, gli è data.
Mi viene in mete anche Dilthey, che vedeva nella vita una sfinge, posta al di là della ragione.

Non credi che bisognerebbe cominciare proprio da qui? Prendiamo, ad esempio, la visione tendenzialmente strumentale della vita che si sta affermando nei nostri ordinamenti giuridici. Non parlo delle nostre Costituzioni. Lì, per fortuna, il vento corrosivo del nichilismo non è arrivato (a tale riguardo ho una teoria, che qui,al momento, sintetizzo con una battuta: Thank you, USA!). Mi riferisco, invece, alle tante legislazioni civili dove ciò che nella natura c’è dato (l’identità sessuale, la famiglia e così via, fino alla vita stessa) viene ridotto sotto il dominio della volontà.

Caro Diego, mi fermo qui. Non so se ho risposto alla tua domanda. Anzi, sono sicuro di no, perché ho solo cercato di fissare qualche termine dalle questione. Pertanto, ti rilancio la palla, e ti chiedo: non trovi che per combattere la visione strumentale della vita, prima anciora di cercare dei valori, occorre mettere in discussione il modo stesso con cui intendiamo la vita e, in ultima analisi, la natura? Non trovi, inoltre, che nelle nostre legislazioni occidentali ci sia, ormai, un nichilismo imperante?

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Vida biológica

Posted by Diego Medina su Maggio 8, 2007

Caro Ciro, de algún punto debe arrancar nuestro dialogo, ese que tantas veces hemos querido realizar y que hoy emprende su andadura; por ello me parece oportuno, que para darnos una justificación, un argumento, quizá sea conveniente partir del “origen del todo”; en consecuencia, tal vez debamos hacer partir nuestro dialogo de un hecho como “la vida”. Así pues, como te anuncié, empezaré a departir acerca de “la vida”, intentaré dialogar contigo, querido amigo, acerca de tan compleja realidad, sobre la cual tanto y tanto ha sido dicho y tanto y tanto aún se dirá.

Tu bien sabes que no es nuestra intención, en esta sede, resolver nada; quiero decir que, con esta actividad que hemos decidido emprender, no aspiramos más que a contrastar modestamente ciertas ideas de las que, a veces, ya personalmente y en privado, hemos debatido y argumentado. Ahora lo que cambia es que queremos abrir al mundo -quiero decir, a todo aquel que quiera acercarse hasta este espacio virtual donde, como en otro tiempo y otros espacios ocurriese, ahora se desarrollará nuestra conversación- nuestro debate.

Hablemos de la vida, pues. Quiero empezar este turno por lo más básico, por lo más elemental: la vida desde su perspectiva más simple o material, la vida como una realidad biológica. Desde este punto de vista considero que la vida pueda definirse como: la cualidad física esencial de los seres orgánicos, mediante la cual pueden -a través de complicadas reacciones bioquímicas- desarrollarse, reproducirse y -fundamentalmente- transmitir los principios orgánicos sobre los que se fundamenta su biológico “ser”.

Hacia el año 1983 o 1984 -ahora no acierto a recordarlo bien- leí el libro de Richard Dawkins; ya sabes, el que lleva por título “El gen egoísta” -la versión inglesa tenía como título The Selfish Gene y fue publicada en el 1976-. En este momento me vienen a la mente tantas y tantas cosas que Dawkins ha sostenido en el citado libro. Ya se que tu pensaras que este autor es un determinista y, realmente, no te faltaran razones para afirmarlo, pero no menos cierto me parece que, para explicar la vida desde un punto de vista exclusivamente biológico, este puede ser un referente muy interesante. Como recordarás Dawkins considera que los genes son los que condicionan la evolución de la vida (te ruego, por favor, que entiendas aquí el término vida en ese sentido universal y teleológico que en cierto modo pertenece a Aristóteles), de modo tal que el “egoísmo del gen” -la necesidad de eternizar su mensaje- (no se porqué, pero me ha venido a la mente en este momento McLuhan) le obliga a perfeccionar su medio (el ser vivo). De esta manera, el sentido de la vida biológica vendría explicado -encontraría su sentido- a través de la necesidad que demuestra el gen (como información) de ubicarse en un organismo (meras máquinas de supervivencia genética) para que así la información permanezca y se asegure su transmisión. El sentido de la existencia orgánica (la necesidad de reproducirse y perfeccionarse) consistiría tan solo en ser un medio para garantizar la transmisión de información en el tiempo. La vida no sería pues más que un medio de comunicar una información. Debo confesarte que la sola consideración de esta posibilidad me genera cierta inquietud existencial.

No menos cierto es que la vida biológica, al menos en apariencia -es decir, en la forma en que comparece ante nuestros sentidos- se manifiesta con una asombrosa diversidad; los seres que la formamos tenemos todos apariencias bien diferentes. Basta, para comprobarlo, atender a la diferencia morfológica y funcional que existe, por ejemplo, entre un gusano y un hombre. Pero debemos recordar, querido amigo, que cuando en el 1998 un grupo de investigadores estadounidenses y británicos -de la Universidad Washington de Saint Louis (Misuri) y del Centro Sanger de Cambridge en Inglaterra- completaron el mapa genético de un gusano, según explicaba el semanario Sciencie de 11 de diciembre de aquel año, aquél gusano, de un milímetro de longitud, presentaba numerosas similitudes genéticas con el hombre, es decir compartía un alto grado de información genética con nosotros. ¿Qué significado podamos darle a eso?. Pienso que conviene dilucidarlo pues, de otro modo, mi inquietud se incrementa.

¿Es verdad que no somos más que un complejo sistema de transmisión de datos (meme o unidad mínima de transmisión) como aparenta sostener Dawkins o, por el contrario, hay algo más?. El tema es realmente desconcertante y, necesariamente, nos conduce a una duda existencial. Sobre todo nos obliga a pensar acerca del sentido de la vida. Un sentido que, desde tal materialismo determinista, se me figura -debo confesártelo- vacuo y verdaderamente terrible. Llegados a este punto, me parece oportuno recordar la sentencia que  F. Dostoievski pone en boca de Kirilov: “Si Dios no existe todo está permitido”. Y en efecto, podríamos reproducirla ahora del siguiente modo: “Si todo está determinado por los genes, nada tenemos que decir”, “si todo está determinado por los genes, nada importa nuestra libertad”.

Pero mi querido amigo, más allá del fenómeno biológico, más allá de nuestra identidad genética, el elemento diferencial -que, intuyo, sea determinante- es el hecho de que exista vida consciente y vida que -al menos- parece no serlo. Es decir, que si bien es cierto que, como Darwin fundamentara, la vida ha evolucionado desde la simplicidad a la complejidad, no menos cierto es que, desde un punto de vista puramente aristotélico -y no menos tomista, aunque ya se que tu prefieres al de Hipona-, en esa evolución se ha ido caminando hacia la perfección (Santo Tomás diría que hacia Dios).

Por tanto, puedo pensar que, más allá del complejo entramado biológico sobre el que la vida se constituye, la “vida”, al menos para el ser humano, es mucho más que mera biología.

Pero querido Ciro, si debemos sobreponernos a la pura consideración genética de la vida, para encontrar un principio que constituya la base de una valoración propiamente ética ¿qué referencia debemos tener?

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Grande!

Posted by Ciro Sbailò su Maggio 8, 2007

Detto… fatto. Amico mio, tanto di cappello.Sono pronto per la sfida. Il tema è intrigante. Faremo molta strada, ne sono certo. Un abbraccio. Ciro

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Ciao

Posted by Diego Medina su Maggio 7, 2007

Caro Ciro, como ves he cumplido mi promesa. Ya podemos comenzar a reflejar nuestros diálogos por escrito y, a su vez, dejar que otros los lean  y, tal vez en un futuro, opinen sobre ellos.

Tal y como tenemos hablado, para comenzar nuestros diálogos epistolares -pues de algún sitio habremos de partir-, podemos arrancar de un tema -no poco ambicioso y complicado- como “la vida”, y pienso que, si te parece bien, arrancaré yo mismo en unos días haciendo la primera reflexión. Ya no queda más que hacer lo que tantas veces hemos deseado. Estoy contento por ello y se que tu también lo estarás.

un abrazo, caro amigo

 Diego

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